El Guadaíra en bicicleta /9
La avioneta se gira a media altura e inicia una suave maniobra de aproximación sobre las tierras de labrantío. Como estamos cruzando los arrozales, la trayectoria de descenso pasa justo sobre nuestras cabezas. Cuando se aleja el sonido de las hélices, oímos el liviano bombardeo de las semillas de cereal cayendo sobre el casco. Han pasado solo unos pocos días desde San Isidro, pero ya se presiente el verano. Los campos de arroz forman una colcha de retazos anegados de agua en la que pronto apuntarán las briznas de hierba.
La siembra con avioneta es más eficiente y mejora la productividad de las cosechas. Son días con un trasiego inesperado de tractores, trabajadores agrícolas y algún paisano distraído en la pesca de albures. El estuario del Guadaíra coincide con los confines de las marismas del Guadalquivir. Aunque la extensión más amplia se concentra en la margen derecha, justo en la desembocadura del Guadaíra se inicia también una zona de arrozales. El cauce transformado se integra en un paisaje que es al mismo tiempo natural y construido. Las zonas de cultivo dependen de la circulación continua del agua. No es fácil decidir qué parte corresponde al hábitat original y cuál es el resultado de la acción humana. Estos humedales hacen de Sevilla la provincia con mayor producción de arroz en España. Ajenos a las estadísticas, los ibis europeos, con su característico pico curvo, rebuscan larvas y cangrejos de río en los campos inundados. Un poco más abajo el Guadaíra se une con el Guadalquivir en un remanso de fango.
Las aguas siguen con otro nombre camino de Sanlúcar. Inopinadamente, desde su origen hasta la desembocadura, el Guadaíra es un río de influencia atlántica, pese a que nunca se encuentre con el Golfo de Cádiz. El recorrido por los márgenes, desde Pozo Amargo hasta los arrozales, revela la capacidad de regeneración del río. Las estaciones depuradoras y las balsas de evaporación han contribuido a que ya no sea el cauce contaminado de la década de los ochenta. Sigue viviendo, no obstante, en un equilibrio inestable y aparece a ratos descuidado, con vertidos de alpechín y residuos urbanos. Pero en la bicicleta pesan más los momentos de disfrute: el reconocimiento del medio a pedales es una forma de entusiasmo. Cauce arriba hemos contemplado a los galgos corriendo entre terrones. Ahora las imágenes de carrizos, cañas y juncos se funden con la aparición extravagante de la abubilla.
La marcha se hace cansina cuando encaramos hacia la costa para completar el recorrido. Hemos llegado a la desembocadura y nuestro viaje llega a su fin, pero el río continúa. Entre Doñana y la Sierra de Cádiz, el Guadaíra no termina en el Guadalquivir. Ni siquiera muere en la mar…
- Publicado en La Voz de Alcalá, 1-14 de julio de 2021, página 22.